Malleus Feministarum #8: «A las mujeres se las mata por el hecho de serlo», o sobre el componente de género en la violencia conyugal
2021, 3800 palabras
Sobre la violencia machista, entendida como comúnmente se entiende en España (como toda violencia de hombre a mujer en el contexto de la pareja o la familia) se ha dicho ya mucho, pero sigue habiendo un problema central en el que feministas y antifeministas no se ponen de acuerdo y que a mí me parece de la mayor importancia. Se trata de la cuestión de si el supuesto machista agrede a su víctima «por ser mujer» o no, como sostiene mayoritariamente el feminismo actual. La respuesta rápida desde el bando contrario es obvia: ningún hombre agrede, maltrata o asesina a su pareja «por ser mujer» y ya está, sino que son otros motivos los que entran en juego; si no, lo mismo le daría agredir a su pareja que a la vecina del quinto, y no es eso lo que ocurre. Sin embargo, lo que quieren decir los feministas no es exactamente eso (aunque la simplificación de «a las mujeres se las mata por el hecho de ser mujeres», que es justamente lo que lleva a equívoco, es usada muy a menudo por ellos mismos), sino algo un poco más complicado. Recientemente, de la mano de un tuitero progresista (comentado a su vez por Un Tío Blanco Hetero en una videorrespuesta a sus tuits), he visto una caracterización de los motivos de la llamada «violencia machista» que me ha parecido más sofisticada y bastante más plausible: a las mujeres no se las agrede por ser mujeres, sino por desafiar las expectativas propias de su género impuestas por el patriarcado.
Campaña chilena sobre los peligros del machismo
Dejando de lado el concepto de patriarcado, que es un lío tremendo, el caso es que a primera vista esta descripción parece encajar bastante bien con la casuística de lo que llamamos «violencia machista» o «violencia de género». Un hombre no le da una paliza a su mujer por ser mujer, sino porque ha quemado la cena, o porque ha salido con sus amigas y ha vuelto tarde a casa, o porque le ha desobedecido en algo, etc. Parece aplicable a muchos de los casos que se nos ocurren espontáneamente al hablar de maltrato conyugal. Sin embargo, si rascamos un poco más la superficie, no tengo claro que refleje de forma tan fidedigna el fenómeno que se propone representar. De nuevo, la idea es que esta caracterización valga como definición de “violencia machista” en general, es decir, que sea aplicable a todas y cada una de las instancias en las que pudiésemos decir que se ha cometido un acto de violencia machista o de género. Y sin embargo, dada la vaguedad del concepto en su uso actual en España, eso de que la violencia machista es la violencia ejercida por un hombre contra una mujer por no cumplir con sus expectativas respecto al género (o por desafiar las imposiciones de género que el patriarcado le asigna por ser mujer, entre ellas la obediencia a los hombres, etc.), no parece tan generalizable. Por ejemplo: se ha juzgado por violencia machista a un hombre que le dio una bofetada a su mujer en una discusión después de que ella le pegase a él un puñetazo en la cara. Considerar eso un «acto de violencia ejercida contra la mujer porque no ha cumplido con sus roles de género impuestos por el patriarcado y blablablá» es patentemente ridículo: se trata de una riña a golpes en la que, además, el golpe del hombre ha sido como respuesta a un golpe previo de la mujer. Hablar ahí de superestructuras milenarias de dominación y esfuerzos sistémicos por oprimir a las mujeres por medio de la violencia resulta sencillamente absurdo: es un golpe como respuesta a otro. Y, no obstante, nuestro ordenamiento jurídico tiene a bien juzgarlo como un acto de violencia machista. Así pues, la definición del anterior tuitero, que parecía tan prometedora a primera vista, hace aguas, a no ser que entendamos que este caso es una excepción y que, en este caso, al hombre no se le debería haber juzgado por violencia machista sino por una agresión común, y lo mismo con cualquier otro caso en que la violencia del hombre contra su pareja no se deba a que ella haya desafiado sus «expectativas» en cuanto a sus supuestos deberes y obligaciones como mujer, sino que fuese fruto de cualquier otra causa.
Pero la cosa se complica un poco más aún si, desde la teoría feminista, se intentase argumentar que en verdad, de manera ya más directa ya más indirecta, toda agresión de un hombre a una mujer (o por lo menos de un hombre a su pareja femenina) tiene un componente de este tipo que podríamos llamar «correctivo»: es decir, que toda agresión de un hombre a su pareja, incluso aunque sea un puñetazo como respuesta a otro en una pelea a golpes en la que ambos participan (e incluso una pelea iniciada por la mujer, como en el caso anterior), está de algún modo motivada por una intencionalidad o incluso funcionalidad oculta (incluso aunque el propio agresor no la tenga conscientemente) de someter a su pareja a su autoridad patriarcal. Esto, que muchas veces parece tomarse desde la teoría feminista no como una hipótesis sino como un datum asentado e inequívoco, no deja de ser una hipótesis que podría demostrarse correcta o incorrecta, de modo que eso es precisamente lo que hay que examinar. A su vez, para hacerlo, la hipótesis puede formularse de dos maneras: de forma que sea infalsable o de forma que sea falsable. Por no entrar en divagaciones metodológicas, baste decir que si es infalsable (imposible de refutar) la podemos desechar como inútil o intratable, de modo que tenemos que hacerla falsable de una manera u otra. ¿Cómo podría formularse esta hipótesis en su variante infalsable? Afirmando que esto no es una cuestión empírica que pueda indagarse y descubrirse analizando ni las intenciones del agresor ni las circunstancias objetivas del acto, sino que solo por el hecho mismo de darse en un sistema patriarcal toda acción violenta de un hombre contra una mujer queda imbuida automáticamente de ese ímpetu de sometimiento o fuerza «correctiva», porque es la única forma de interpretar la violencia de hombre a mujer en el patriarcado; y esto va más allá tanto de lo que pretendiese hacer el hombre conscientemente con su agresión como de la interpretación también consciente de la agredida (pues no solo él, sino también ella podría no verlo como un intento de dominarla o de someterla a sus obligaciones de género qua mujer, sino como cualquier otra cosa). ¿Deja esto abierta alguna posibilidad de que la hipótesis pudiera demostrarse incorrecta mediante el descubrimiento de algún dato, por ejemplo relativo a las circunstancias concretas del hecho, las intenciones concretas del autor, la interpretación concreta –subjetiva– de la víctima o cualquier otra cosa, que la refutase? No. Por tanto, no es una explicación falsable. Y por tanto es inútil, inoperante, intratable, y en definitiva despreciable desde el punto de vista filosófico («filosófico» en el sentido de «búsqueda de la verdad»). Ahora bien, ¿cómo podríamos convertir esta hipótesis de que en toda agresión de un hombre a su pareja femenina hay siempre una intencionalidad correctiva o de sometimiento a la autoridad patriarcal masculina? Tal vez afirmando algo así como que el que las mujeres deben obedecer a sus novios o maridos es una especie de creencia que flota en la sociedad, y esa creencia impregna, aunque sea a nivel subconsciente, la mente de los hombres hasta el punto de que cuando un hombre pega a su mujer, aunque la causa inmediata pueda ser cualquier otra (p. ej. que se emborrachó esa noche y se puso violento tras una discusión, o que tuvo celos de cómo su mujer hablaba con otro hombre en una fiesta, o cualquiera de las causas habituales de la violencia de este tipo), siempre está operando ahí, aunque sea –de nuevo– a nivel subconsciente y sin que ninguno de los dos lo conciba explícitamente así, esa creencia interiorizada de que la mujer debe obedecer a su pareja y por tanto, en cierto sentido, «corregirla» o imponer esa obediencia por medio de la violencia está justificado. Pero, ¿cómo podría demostrarse esto?
Esto ha de llevarnos a una pregunta más general: ¿Cómo demostrar que entre las causas de una acción X está operando algo de lo que el propio agente no es consciente? Eso no tiene mayor dificultad, de hecho lo hacemos continuamente: un hombre puede no ser consciente de que sus niveles de adrenalina están disparados y sin embargo nosotros podemos atribuir como causa de su acción (por ejemplo de lucha, o de huida, o de cualquier otra clase) que sus niveles de adrenalina estaban disparados en ese momento. Lo mismo ocurre en otros casos: una mujer adicta a los opiáceos podría no reconocer como causa de su adicción sus traumas infantiles, y sin embargo nosotros desde fuera podríamos atribuirlo como causa. Aquí hay un tema filosóficamente peliagudo en torno a la autoridad de las explicaciones en primera persona frente a las explicaciones en tercera persona, que el filósofo Daniel Dennett ha tratado en cierto detalle, por ejemplo, en su libro La conciencia explicada (en especial el capítulo 4), pero en principio yo voy a partir de la idea de sentido común de que es lícito atribuir causas a las acciones de otros incluso aunque contradigan lo que ellos mismos piensen, o crean conscientemente, que son las causas de su actuar. Sin embargo, aunque esto sea así respecto a las causas, ¿podría ser así también respecto a los motivos de nuestro actuar, o más aún, las razones? No parece lo mismo atribuir causas (como lo pueden ser los niveles de una hormona en sangre, o causas neurofisiológicas, o psicológicas, o incluso sociológicas, económicas, físicas, etc.) que atribuir razones: tal vez podamos decir que las razones que dice tener alguien para haber hecho algo son excusas, justificaciones ad hoc o inventos autocomplacientes, pero lo que no podemos negar es que esas son las razones que él mismo considera relevantes, y no otras.
Por ejemplo, si yo digo que me he retirado de una partida de cualquier juego porque me estaba aburriendo, alguien podrá responder que en realidad la causa de que lo haya hecho es que estaba perdiendo, pero no podrá negar que para mí, internamente, la razón por la que lo he hecho (si he sido sincero al decirlo) es que me estaba aburriendo. Así pues, si las causas son lo que provoca objetivamente la acción (a cualquier nivel que se quiera investigar, y aunque el propio agente no esté de acuerdo) y las razones son lo que el propio agente aduce como motivos, justificaciones, fines racionales, etc. que tenía en mente al actuar, habría que dilucidar en cuál de los dos campos cae el concepto de «motivo» o «motivación». Yo, personalmente, creo que se usa más bien como algo parecido a «razón» que a «causa», de modo que creo que lo más razonable es tratarlo como más o menos sinónimo de lo que he llamado «razón». Si esto es así, decir que los motivos de alguien al pegar a su pareja incluyen un cierto deseo de dominación que es inconsciente para el propio agente incurre en una contradicción: los «motivos», en este sentido, no pueden ser inconscientes ni estar influyendo en la decisión de actuar sin que el propio agente los tenga en cuenta conscientemente; para hablar de ese tipo de factores habrá que hablar de las causas de su actuar, y no de sus motivos. (En verdad todo este asunto de las causas, los motivos, las razones, los factores que influyen en la acción de alguien con o sin su conocimiento, la distinción entre el nivel personal y el subpersonal de la conducta, etc., es infinitamente más complejo, y yo mismo no lo tengo claro, pero valga esto como punto de partida para seguir hablando del caso que nos ocupa.) Y así, si el hombre se siente más justificado a la hora de agredir a su pareja que ella a la hora de agredirle a él por ese influjo indirecto de las creencias que flotan en el ambiente en torno a la autoridad patriarcal y el sometimiento de la mujer al varón, y ello contribuye a que de hecho la pegue un día dado, es algo que no podemos ver directamente, y solo podríamos desvelarlo indirectamente, por ejemplo comparando la incidencia de «violencia machista» entre distintos países más y menos «patriarcales». Pues si, en efecto, una de las causas subyacentes a la acción del hombre al decidir pegar a su mujer es que la sociedad le ha enseñado de algún modo que está justificado hacerlo para corregirla, dominarla o someterla, o incluso lo promueve y le invita a hacerlo, aunque él mismo no sea consciente de ello (que es más o menos lo que creo que propone la teoría feminista corriente), y si asumimos al mismo tiempo que hay países donde estas creencias patriarcales flotan en el ambiente con más y menos intensidad, o países, en suma, más y menos patriarcales o machistas, es razonable esperar que haya una diferencia en la incidencia de este tipo de violencia entre unos y otros.
Del mismo modo que, en el caso de la reciente pandemia de coronavirus, ante las dificultades metodológicas para determinar si una muerte dada ha sido o no a causa del COVID-19 una forma de estimarlo indirectamente es mirar la diferencia entre las muertes anuales totales de años pasados y las muertes anuales por exceso desde que se desató la pandemia, y considerar que la diferencia sea lo que podríamos atribuir al coronavirus como causa, esta también sería una forma indirecta de estimar cuándo este factor oculto (y muy difícil, o imposible, de dirimir por otros medios) que podríamos llamar «patriarcal» o «machista» estaría presente entre las causas de la violencia conyugal de hombres a mujeres, o mejor dicho, cuánto de ese conglomerado de causas, entre visibles y ocultas, se debe en verdad a eso. Para esto tendríamos que tener, idealmente, sociedades 100% «patriarcales» y 100% «no patriarcales», lo cual ya es una primera dificultad metodológica que los feministas no se cansarán de intentar aprovechar («¡la comparación no tiene sentido porque en el fondo todas las sociedades del mundo son machistas!»), pero es que, queridos adversarios, no queda otra si queremos que haya algún punto de evaluación empírica y que vuestra hipótesis del impetus patriarcal omnipresente no sea completamente mística, infalsable y, por ello, automáticamente desechable. De modo que, aunque no haya países 100% patriarcales y 100% no patriarcales para realizar la comparación, habrá de bastarnos con contrastar países que todos reconozcamos como más patriarcales y menos patriarcales, o más machistas y menos machistas, y tratar de ver si hay una diferencia sistemática entre unos y otros. Si no hubiese diferencia alguna entre las cifras de violencia conyugal masculina entre los países que consideramos más anclados en el viejo patriarcado tradicional y los que consideramos más progresistas, iluminados e igualitarios, o entre los que consideramos más machistas y menos machistas respectivamente, ello vendría a refutar la idea de que una de las causas de dicha violencia es que los hombres se sienten de algún modo justificados o apoyados por el ambiente social, o que están motivados en parte por esas creencias flotantes en la cultura de que los hombres han de someter a las mujeres, o han de corregirlas cuando les desobedecen, etc., etc. (o sería, como mínimo, un fuerte indicio en esa dirección). Creo que este es un estudio empírico que habría que emprender de manera rigurosa y concienzuda, cosa que yo no pretendo ponerme a hacer aquí, pero sí podemos al menos terminar con un vistazo a los datos que pululan por internet, y ver cómo podría quedar, de forma tentativa, dicho estudio si se llevase a cabo de forma más sistemática.
Por ejemplo, en esta noticia se recogen datos de un informe de la OMS de 2014 dividiendo el mundo en varias regiones paracontinentales: Región Europea (incluyendo Rusia, Turquía y parte de Oriente Medio como Kazajistán, Uzbekistán etc.), Mediterráneo Oriental (básicamente la Península arábiga, Oriente Próximo y el norte y nordeste de África), Región de África, Sudeste Asiático, Pacífico Occidental (aglomerando Japón, China, Mongolia, Australia y Nueva Zelanda), y las dos Américas unidas en un solo bloque, y a su vez dividiendo entre países ricos y pobres (ricos = Norteamérica, Europa occidental hasta Polonia incluida, Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur, y pobres el resto). La incidencia de «violencia de género», expresada como porcentajes de la población femenina que han sufrido «violencia física o sexual por parte de su pareja» (asumimos que en relaciones heterosexuales) en estas distintas regiones son las siguientes, haciendo caso de la fuente: Región Europea 25,4%, Mediterráneo Oriental 37,0%, Región de África 36,6%, Sudeste Asiático 37,7%, Pacífico Occidental 24,6% y Región de las Américas 29,8%. A su vez, entre los países ricos (de todas las regiones) la media es del 23,2%. Esto implica que en la «Región Europea» (que incluye, recordemos, Turquía, Kazajistán y toda Rusia) un 25,4% de las mujeres (o 1 de cada 4) han sufrido este tipo de violencia por parte de sus parejas (masculinas), según este estudio de la OMS, mientras que en la región del Sudeste Asiático sería un 37,7% de las mujeres, o aproximadamente 1 de cada 3, etc. De modo que efectivamente existe una diferencia que podríamos prever dada la hipótesis feminista del influjo patriarcal. Pero no es, ni mucho menos, una diferencia determinante (lo que apunta a que no es un factor tan crucial como se supone desde la teoría feminista). Examinémoslo más en detalle. Dado que en lo que han llamado «Región Europea» se incluyen países que reconocemos como claramente patriarcales (o al menos mucho más patriarcales que Europa per se), como Turquía, Kazajistán, Uzbekistán, etc., sería mejor atenernos a la categoría de «países ricos» de la OMS, que deja fuera hasta los Balcanes y se concentra solo en la muy ilustrada y muy progresista Europa occidental (ahí tenemos paradigmas de igualitarismo sexual como Escandinavia y la propia España, etc.), la Anglosfera (EE. UU., Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) y como añadidos Japón y Corea del Sur. Entre todos estos países, teniendo predominancia demográfica Europa y Norteamérica, podríamos decir que existe un «patriarcado» bastante «mild» (o incluso «light») en conjunto, al menos en comparación con países como Arabia Saudí, Indonesia, Irán, Afganistán, Somalia, etc. Sería de esperar que, si la aquiescencia tácita de la sociedad, o la sensación de estar justificado porque los valores sociales o culturales que flotan en el ambiente así te lo indican, o la sensación de que puedes o incluso debes hacerlo porque es tu derecho como varón el tener sometida y obediente a tu mujer, fuesen factores determinantes a la hora de decidir un hombre cometer actos de violencia contra su pareja femenina, habrían de darse también en mucha mayor medida o con mucha mayor intensidad en países como Arabia Saudí, Irán o Afganistán (donde el patriarcado es mucho más fuerte, hasta el punto de que las mujeres no pueden salir solas, conducir, vestir con el pelo o el rostro descubierto, etc.) que en España, Suecia, Reino Unido o Canadá (donde, si se quiere hablar aún de «patriarcado», tendría que admitirse al menos que es sustancialmente más débil, sutil o laxo, o en cualquier caso mucho menos poderoso). Pero, aunque efectivamente se aprecia cierto efecto, como decía, no es tan fuerte como la hipótesis feminista nos llevaría a concluir. En el caso más extremo, entre los «países ricos» por un lado y la región del «Mediterráneo Oriental» por el otro, que es donde están los países de la Península arábiga, Oriente Próximo y el norte y nordeste de África, varios de ellos característicamente machistas, hay una diferencia de 12-13 puntos porcentuales, que es bastante pero no tanto como para explicar el grueso de la «violencia machista» en términos de este impetus patriarcal. Porque eso quiere decir que el resto de la diferencia (todo lo que no se explique por el mayor machismo de los países de Oriente Próximo y el norte de África respecto a los de Europa y Norteamérica) ha de deberse, en cambio, a otras causas.
Del mismo modo, si planteásemos como hipótesis que la causa de la obesidad es principalmente, o fundamentalmente, la ingesta de comida rápida, y luego hiciéramos un estudio que mostrase que en EE. UU. (donde la comida rápida es ubicua y gran parte de la población la consume) hay un 37% de obesos pero en Papúa Nueva Guinea (donde la comida rápida está muchísimo menos extendida y no la consume casi nadie) hay un 25% de obesos, todos entenderíamos que la comida rápida no puede ser el factor diferencial o la principal causa de la obesidad, pues no explicaría ese 25% de obesos en Papúa Nueva Guinea (o, alternativamente, no explicaría por qué en una sociedad como la estadounidense, donde el consumo de comida rápida está mucho más extendido, el aumento es solo del 25 al 37%, y no muchísimo mayor). Lo mismo ocurre con el caso en cuestión, aunque, de nuevo, todo esto es simplemente una aproximación y habría que llevar a cabo un estudio riguroso (yo aquí solo he delineado la metodología a seguir y qué conclusiones a grandes rasgos se podrían sacar teniendo en cuenta un conjunto de datos disponibles, como este estudio de la OMS de 2014) para determinar con más exactitud cuál es el alcance y la magnitud de ese factor que podríamos llamar específicamente «machista» en la (mal llamada) «violencia machista». Lo que está claro, y puede afirmarse desde ya, visto lo visto, es que ese no es ni mucho menos el factor principal, pues si lo fuera habría que esperar una diferencia tanto mayor entre países claramente más machistas y países claramente menos machistas. Obviamente, también se puede poner en duda que la diferencia de «machismo» entre estos países que aquí yo considero más machistas (Arabia Saudí, etc.) y los menos machistas (como los europeos, etc.), sea efectivamente tan sustancial como para esperar resultados muy distintos, pero me parece ya una jugada muy arriesgada para quien lo intentase (por ejemplo, se podría intentar decir que aquí en Occidente el patriarcado sigue funcionando casi igual que en esos países orientales en cosas sutiles como ese «influjo cultural» que hace que los hombres justifiquen inconscientemente su violencia contra las mujeres, pero no así en otras cosas más «visibles» como las que tienen que ver con derechos civiles explícitos, etc.; pero, como digo, me parece una postura difícil de sostener). De todos modos, todo esto habría que cuantificarlo y estudiarlo sistemáticamente: lo que he escrito aquí solo vale, de nuevo, como refutación general de las pretensiones del feminismo de argumentar que la «violencia machista» se debe eminentemente, o principalmente, o fundamentalmente, a que el patriarcado condiciona a los hombres para corregir, reeducar, dominar o someter a las mujeres haciendo uso de la fuerza cuando estas «desobedecen» o se salen de las «expectativas» que los hombres tienen de ellas debido a su género, etc., que era lo que decía el tuitero original.