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¿Puede un racista ser buena persona?

2020, 1800 palabras

En una comida de amigos, hace un par de meses, uno de ellos afirmó (por dar algo de que hablar, seguro) que a su parecer el que alguien sea racista no implica necesariamente que sea una mala persona. Las críticas surgieron en seguida. Tras una breve discusión, el consenso general pasó a ser que lo que determina si una persona es buena o no son sus actos más que sus pensamientos. De modo que, entendiendo «ser racista» como algo más parecido a «tener pensamientos racistas» que «tener comportamientos racistas», el polemista inicial salía ganando; sin embargo, entendido de la segunda forma, el debate continuaba ramificándose. Un extremo en el que todos estaban de acuerdo era que, por ejemplo, ejercer violencia física por motivos racistas (al modo de un skinhead neonazi pegándole una paliza a un negro, etc.) sí imputaba al atacante, sin duda, la etiqueta de «mala persona». No obstante, otros casos son más dudosos. Por ejemplo, tal vez se podría considerar como un comportamiento racista (y en muchas partes, de hecho, se considera) el cambiarse de acera cuando pasas por una calle de noche y hay un negro –o grupo de negros– enfrente. Pero a su vez esto tiene muchos matices: ¿es un prejuicio puramente racial, o tiene algo de justificado?

 

Tal vez no sea lo mismo si ese grupo de negros van vestidos con traje y corbata y están discutiendo animada y cordialmente sobre su compositor de jazz favorito que si llevan vaqueros caídos por debajo de la cintura y bandanas en la cabeza, y se les oye hablar de lo estimulante que les resultó atracar una licorería el fin de semana pasado. (En este segundo caso, de hecho, cabe pensar que cambiarse de acera tampoco lograría mucho: alea

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Groovy Redneck, por Jorge Gonzalez

jacta est.) Pero incluso tratándose del primer caso (los elegantes caballeros discutiendo de jazz), ¿podríamos realmente acusar a quien se cambiase de acera, por puro prejuicio o incluso odio racial, de ser por ello una «mala persona», en ausencia de cualquier otra evidencia? Sin duda podríamos inferir, con cierta probabilidad, que si les tiene tanta tirria a los negros que no los soporta (o los teme) incluso en tan favorables condiciones, su comportamiento en otras circunstancias reflejará esto de forma menos inocua. En suma: es posible que, de tener la ocasión, cometiese injusticias –o cosas que normalmente consideramos injusticias– contra personas negras a causa de ese racismo irracional. Y, en ese caso, parece generalmente evidente concluir que sí sería una mala persona.

Durante el breve pero intenso debate de sobremesa también salió la cuestión de si uno puede ser una mala persona pero aun así ser bueno con un conjunto particular de individuos (por ejemplo sus hijos, su familia, sus amigos, etc.). Parece que el uso habitual de la expresión «mala persona» apuntaría en principio a excluir esta posibilidad, pero bajo un mínimo escrutinio resulta generalmente aceptable que un asesino en serie puede luego ser muy bueno cuidando de su anciana madre, y otros ejemplos por el estilo. De modo que esa línea del debate se cerró pronto. Sin embargo, en este punto me parece que hay un problema de fondo que puede ser en verdad interesante: ¿se trata de una cuestión de grado?

Por ejemplo, está claro que si alguien es muy bueno con un número reducido de personas (por ejemplo con su familia) pero luego causa sufrimiento indiscriminadamente a un número mucho mayor, o incluso a todos los demás (siendo, por ejemplo, un señor de la guerra o la peor clase de tirano), nos parece que lo primero no le exime de ninguna manera de caer bajo la categoría de «mala persona». De hecho, es un tópico hollywoodense que, con más o menos sutileza, subyace a todas las buenas películas de mafiosos: nada nuevo. Pero, ¿y si cambiásemos solo las cantidades de uno y otro lado de la fórmula? Imaginemos, por caso, a alguien que es muy bueno con un gran número de personas pero causa sufrimiento a un número muy reducido: un gran filántropo y bienhechor general que, sin embargo, tiene atormentado a su asistente personal hasta el punto de llevarle al suicidio. ¿Sería buena o mala persona?

Después, la cuestión de grado también puede aplicarse no solo al número de personas, sino a la intensidad del perjuicio causado. Vayamos un poco más allá con el ejemplo: un filántropo universal pero que, en determinadas ocasiones, pierde la paciencia y se lía a tortas con su hijo. No le causa daños severos ni que requieran atención médica, y no lo hace a menudo: pongamos una o dos veces al año. Por otro lado, gracias a sus esfuerzos filantrópicos se salvan cientos de miles de vidas cada año. ¿Buena o mala persona? Más aún: no pega a su hijo, pero una vez le tocó las tetas a su secretaria. ¿Buena o mala persona? Y un paso más: nunca le ha tocado las tetas a su secretaria, pero una vez se emborrachó y le puso los cuernos a su mujer, aunque después se lo contó todo. ¿Buena o mala persona? Y por último: además de toda su labor filantrópica, que salva cientos de miles de vidas cada año, nunca le puso los cuernos a su mujer, ni le ha tocado las tetas a nadie sin su consentimiento, ni pega a su hijo, ni maltrata a su asistente personal, pero una vez dijo en privado que los negros probablemente sean innatamente menos inteligentes que los blancos, y que prefiere rodearse de blancos y evitar los barrios de negros. ¿Buena o mala persona?

Y así volvemos al principio, full circle. Pero también hay que considerar que, en determinados puntos de esta gradación, nuestros estándares para determinar lo que es ser o no una buena persona pueden ser difícilmente aplicables. Por ejemplo, a pesar del universalismo tan común en nuestro Occidente actual, «ser una buena persona» ha sido históricamente compatible con masacrar herejes, extranjeros, disidentes políticos, etc. Y todavía surgen dudas al respecto: ¿es el soldado estadounidense necesariamente una mala persona por matar soldados iraquíes? ¿Lo es el iraquí por matar soldados estadounidenses? La perspectiva de que uno es el atacante y el otro el defensor, o de que uno es el opresor y el otro el oprimido, puede inclinar la balanza en ocasiones, pero sigue habiendo casos dudosos. ¿Eran «buenas personas» los revolucionarios franceses? ¿Y los revolucionarios rusos? ¿Y los combatientes de Al Qaeda?

Al final, decir de alguien que es buena o mala persona, en términos morales, es una forma de clasificación extraordinariamente pobre. Sirve en contextos prácticos, mundanos, como al preguntarle a alguien si el nuevo jefe es «buen tipo» o no, que básicamente es lo mismo que preguntar si deberías o no prepararte para pasarlo mucho peor durante tus próximos años de vida laboral. Pero realmente no hay mucho que hacer con el concepto más allá de eso: su vaguedad lo impide.

Ante cualquier caso de «mala persona», por obvio que parezca a simple vista, se pueden encontrar siempre contraejemplos. Alguien que mata a otro lo puede hacer porque es un enfermo mental. (Excluyamos esto y digamos que está en sus cabales.) Lo puede hacer por autodefensa. (Excluyamos esto también.) Lo puede hacer porque malinterpretó la situación y creyó que tenía que hacerlo para defenderse, aunque no fuera realmente así. (Pero no, fuera también esto.) Aun así, lo puede haber hecho por una miríada de razones que no implicarían automáticamente, según los criterios más o menos comúnmente compartidos, que fuera una «mala persona». Por ejemplo, porque con ello pensaba que estaba protegiendo a su familia. (No, salgamos de todos los escenarios de autodefensa o autodefensa ampliada.) Aun así: porque es un militar y está luchando por su patria. (No, no; que no sea un militar, sino un civil.) Puede estar luchando por una causa generalmente considerada como noble: por ejemplo, un esclavo que mata a su abusivo amo. (No, no hay ninguna causa política que lo justifique.) Pudo ser por error. Puede estar arrepentido. (No, ni fue por error ni está arrepentido: lo hizo a sangre fría, en plenas facultades y con un objetivo espurio, por ejemplo conseguir dinero, y no lo lamentó después.) Todavía cabe alguna salida: por ejemplo, que su educación haya sido tan deficiente, o su inteligencia sea tan baja, que nunca haya llegado a comprender el valor que le damos a la vida humana en nuestra sociedad.

 

Incluso en este extremo, la cuestión de si se le puede calificar de una vez por todas como una «mala persona», en lugar de como «un pobre desgraciado al que le ha fallado el sistema y ha terminado fuera de la ley por falta de oportunidades», está en disputa. Y si no, basta con imaginar que el sujeto en cuestión fuese un negro del gueto que viene de una familia desestructurada y pobre, con un padre drogadicto y maltratador, y en seguida nos resultará más tragable este tipo de exculpación. Así que, en el fondo, siempre se pueden buscar contraejemplos, recovecos y salidas exculpatorias para rebatir que un asesino sea una mala persona. E incluso si se pudiese llegar a un «fondo último», en el cual ya no cupiera seguir negando que fuese una mala persona (por ejemplo, si siguiésemos sumando cláusulas indefinidamente según el método anterior), ¿de qué serviría una definición tan extremadamente restrictiva de en qué consiste «ser una mala persona»? Ya no podría aplicarse prácticamente a nadie: la expresión perdería todo su (ya escaso, a mi juicio) valor práctico.

De modo que debatir si un racista puede ser o no una buena persona es como debatir si los pastores alemanes son mejores perros que los caniches: a primera vista parece que hay algunos criterios aparentemente generales que permitirían zanjar la cuestión; pero en el fondo, si te pones a escudriñarlos de cerca, se ramifican ad infinitum y te dejan como estabas al principio. La pregunta «¿qué es ser un buen perro?» tiene tantas respuestas como la pregunta «¿qué es ser una buena persona?», lo que es lo mismo que decir que no tiene ninguna definitiva. De modo que es mejor preguntar cosas más concretas, como: según el criterio X (por ejemplo, ganar más concursos de belleza canina, o lo que fuera), ¿son generalmente mejores los pastores alemanes o los caniches? O: según el criterio ético X (por ejemplo, tratar a todos los seres humanos como fines en sí mismos, o lo que fuera), ¿son generalmente mejores los racistas o los no racistas? Ahí la cuestión ya empieza a ser más fácil de resolver. Lo que pasa es que, si nos descuidamos y ponemos ciertos criterios éticos en el lugar de esa X (como, por ejemplo, no violar o no matar) y nos preguntamos si respecto a ellos son generalmente mejores ciertos grupos humanos (los estadounidenses blancos o los estadounidenses negros, por poner un caso), puede ser que no nos guste la respuesta. Tal vez por eso es más cómodo hablar de buenas y malas personas: porque esos conceptos sí pueden retorcerse y moldearse lo suficiente como para que siempre le den la razón a la conclusión que apoyamos de partida.

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