Sobre el concepto de psicopolítica de Byung-Chul Han
2016, 5700 palabras
La psicopolítica es un concepto empleado por Byung-Chul Han en su libro homónimo para referirse a lo que él entiende como una nueva estructura sociopolítica surgida en el cruce entre el neoliberalismo y los medios de comunicación de masas, especialmente internet y las redes sociales (que por permitir la interacción directa de los usuarios superan con mucho a la televisión o la radio en cuanto a comunicación efectiva), en la cual la dominación política y económica adopta una forma amable e inteligente. (1)
El término «psicopolítica», sin embargo, tiene una historia anterior. Se popularizó a mediados de los años 50 gracias principalmente a un libro titulado Brainwashing: A Synthesis of the Russian Textbook on Psychopolitics atribuido o bien a Kenneth Goff (agente anticomunista quien dijo que obtuvo el texto directamente de fuentes soviéticas) o bien a L. Ron Hubbard, el fundador de la Iglesia de la Cienciología. En cualquier caso se trata, presuntamente, de la filtración de un texto soviético sobre técnicas de manipulación de masas. Estas técnicas de manipulación de masas o «lavado de cerebro» a escala social –y no solo individual– es a lo que el autor del libro denomina «psicopolítica», descrita formalmente como sigue: «La psicopolítica es el arte y la ciencia de obtener y mantener el control sobre los pensamientos y afinidades de los individuos, funcionarios, organismos gubernamentales y masas, y de la consecución de la conquista de naciones enemigas a través de la curación mental». (2) Al margen de la posibilidad (al parecer cada vez más aceptada entre los expertos) de que el
Cartel del documental The Great Hack (2019)
texto sea apócrifo y fuese inventado como parte de la propaganda anticomunista de la época o para promover los ideales de la cienciología (dependiendo de quién fuese realmente el autor, si Goff o Hubbard respectivamente), contribuyó a sentar las bases del concepto de psicopolítica y a la literatura de la primera mitad del siglo XX sobre «guerra psicológica» o la noción contemporánea de propaganda, como los clásicos «once principios de la propaganda» de Joseph Goebbels o la obra de Edward Bernays de 1928, titulada precisamente Propaganda. Edward Bernays –sobrino de Sigmund Freud– formó parte del Committee on Public Information, una agencia del gobierno de EE. UU. dedicada a hacer propaganda doméstica durante la Primera Guerra Mundial para promover el entusiasmo por la guerra y la participación estadounidense en ella, y más tarde aplicó sus conocimientos adquiridos sobre la manipulación de la opinión pública al marketing, siendo famoso por sus campañas para la industria tabacalera que ampliaron su mercado al público femenino, al conseguir hacer ver a las mujeres estadounidenses que fumar tabaco era de algún modo un símbolo de liberación o «empoderamiento». Aunque Bernays y otros teóricos de la propaganda no utilizaban el término «psicopolítica», puede entenderse que ambas cosas apuntan a un mismo objetivo: manipular la opinión pública, es decir, los «pensamientos y afinidades» de amplios sectores de la población. Asimismo, aunque en sus inicios se gestase la propaganda dentro del ámbito militar, a partir de la Primera Guerra Mundial su uso se extendió también a los tiempos de paz para promover ciertas ideas entre la población (con lo que puede hablarse de propaganda política en general, ya no solo propaganda de guerra) y los mismos principios pronto se aplicaron al ámbito del marketing y la publicidad. (3)
En su opúsculo titulado Psicopolítica, el filósofo Byung-Chul Han no emplea la noción de propaganda y en ningún caso expresiones como «control mental» o «guerra psicológica», sino que concibe la psicopolítica más bien como una suerte de circunstancia en la que se encuentran las sociedades actuales, dentro de la cual la dominación de las clases poderosas ha dejado de ser coercitiva, violenta o negativa y ha pasado a ser amable, seductora, positiva, de forma que «consigue que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación». La obra está escrita de un modo coherente pero asistemático, abundando las metáforas y los aforismos, o frases estéticamente sugerentes pero que en muchas ocasiones (en parte también por la brevedad del texto: poco más de 120 páginas) quedan huérfanas de explicaciones precisas y detalladas. Lo más parecido a una definición sistemática del concepto de psicopolítica aparece al final de la obra: «La psicopolítica neoliberal es la técnica de dominación que estabiliza y reproduce el sistema dominante por medio de una programación y control psicológicos». (4) Sin embargo, dado que esta definición no sintetiza todas las características de la psicopolítica que Han presenta a lo largo del libro, intentaré extraer los rasgos más generales para después volver a enlazarlo todo con el concepto de propaganda y otros que Han deja de lado:
-
Control de la psique en lugar del cuerpo, por oposición a la biopolítica foucaultiana.
-
Positividad frente a negatividad, poder amable frente a poder disciplinario: explotación de la libertad y las emociones.
-
Relación con los medios de comunicación digitales, la vigilancia y el Big Data
1. Control de la psique en lugar del cuerpo, por oposición a la biopolítica foucaultiana
Byung-Chul Han contrapone su concepto de psicopolítica al concepto de biopolítica de Michel Foucault. Este último considera que la esencia de los modernos estados, en particular a partir del siglo XVIII, está en el «biopoder», o en su capacidad de control sobre la vida de los individuos a través de la expansión de lo político a todos o casi todos los demás ámbitos de ésta, especialmente la reproducción (control demográfico), la sexualidad, la salud física y mental, etc. Además se trata de un control corporal, ejercido sobre el cuerpo del individuo, que es socializado o más bien politizado, es decir, tenido en cuenta políticamente, y por tanto convertido en asunto público susceptible de ser regulado por el estado. (5) Se podría argumentar que el cuerpo siempre ha sido asunto público en la medida en que son precisamente cuerpos, es decir, organismos vivos –humanos– los que viven y actúan en sociedad, y que el cuerpo siempre ha sido también sometido a la disciplina y el control desde las instituciones sociales; y más aún, que no puede ser de otra manera dada la constitución misma de las sociedades humanas. Sin embargo, la biopolítica moderna cambia los términos de este control, convirtiéndolo en regulación en lugar de disciplinarización: (6) en una ciudad-estado antigua o un reino medieval, por ejemplo, el control corpóreo sobre el individuo se ejerce desde el ámbito de la moral, de las costumbres y tradiciones, y por extensión desde el ámbito jurídico (entendidas las leyes mayormente como representaciones jurídicas de las normas morales ya vigentes en la sociedad); pero a partir de los siglos XVII y XVIII, con el auge del capitalismo, la sociedad burguesa y la «nueva ciencia» –especialmente la estadística–, se genera la necesidad y a la vez la posibilidad de un control más completo y preciso, incluyendo el control de la natalidad, de la higiene y la salud pública, de la educación, etc. Es entonces cuando dichos ámbitos pasan a ser regulados políticamente, desde la administración estatal, que toma entonces el control de áreas que antes carecían de regulaciones específicas y eran más bien asuntos culturales, locales o privados. La biopolítica consiste, pues, en el control ejercido por los estados modernos sobre la vida y el cuerpo de los individuos a través de regulaciones.
Sin embargo, Byung-Chul Han objeta que dicho concepto no puede aplicarse al tipo de control propio de las sociedades neoliberales contemporáneas, que según él ya no va dirigido al cuerpo sino a la mente: «La biopolítica es la forma de gobierno de la sociedad disciplinaria. Pero es totalmente inadecuada para el régimen neoliberal que explota principalmente la psique. La biopolítica que se sirve de la estadística de la población no tiene ningún acceso a lo psíquico. No provee ningún material para el psicoprograma de la población. La demografía no es una psicografía.» (7) La idea de Han es que en las sociedades neoliberales (o en sus términos, en el «régimen neoliberal» global) se pretende controlar no solo las acciones de los individuos, sino también sus deseos, emociones y pensamientos; es decir, no solo se trata de prevenir cierto tipo de conductas y disciplinar al cuerpo para adoptar otras concretas, como en el caso de las sociedades modernas estudiadas por Foucault, sino de programar la mente, estudiar y controlar directamente los propios deseos de actuar de una u otra manera. Esto, evidentemente, es ir un paso más allá en la tecnología del control, pues el deseo se da antes que el acto, y no es lo mismo forzar una forma determinada sobre una materia que espontáneamente tiende a adoptar otras que conformar la propia materia en la forma deseada desde el principio. Por ejemplo: no es igual de efectivo encarcelar, castigar y corregir disciplinariamente a un criminal que erradicar psiquiátricamente su deseo de perpetrar los crímenes. Byung-Chul Han continúa diciendo: «En esto reside la diferencia entre la estadística y el Big Data. A partir del Big Data es posible construir no solo el psicoprograma individual, sino también el psicoprograma colectivo, quizás incluso el psicoprograma de lo inconsciente. De este modo sería posible iluminar y explotar a la psique hasta el inconsciente». (8)
2. Positividad frente a negatividad, poder amable frente a poder disciplinario: explotación de la libertad y las emociones
La tesis implícita de Han es que la oposición de Foucault entre disciplinarización tradicional y regulación moderna (siendo esta última la propia de la biopolítica) no es aplicable en nuestros días, y que en cierto modo las sociedades modernas –«biopolíticas»– seguían siendo disciplinarias y ejerciendo un poder correctivo, coercitivo, sobre la población. Las propias regulaciones son formas coercitivas, límites impuestos al individuo, y por tanto siguen teniendo un carácter esencialmente disciplinario: si las cumples puedes estar tranquilo, si no las cumples serás castigado. Sin embargo la coacción, como técnica de control, puede ser o bien coercitiva o bien «promocional»; esto es, o negativa (en forma de restricción y amenaza de castigo en caso de transgredirla) o positiva (en forma de promoción, impulso, estimulación). Es tan coactivo, en este sentido amplio del término, amenazar a alguien violentamente para que te dé su dinero como engañarlo o persuadirlo sin violencia alguna para que lo haga. En un caso se le impone un curso de acción de forma coercitiva, restrictiva, punitiva (análoga a la forma «disciplinaria» de control) mientras que en el otro se le impulsa a hacerlo, se le motiva, se le estimula. Esta forma de control ya no es negativa sino positiva, no es violenta sino amable. (9)
Este «poder amable», que Han también llama «seductor» e «inteligente» («smart» en inglés), es el propio de un nuevo tipo de sociedad que ya no puede analizarse en los términos foucaultianos como una sociedad biopolítica, puesto que, como se dijo también en el punto anterior, el control no va dirigido al cuerpo sino a la mente y no toma la forma de una coacción negativa sino positiva (según la distinción aquí ensayada). (10) Es por esto por lo que Han justifica su elección del término «psicopolítica», entendiendo el concepto como un estado posterior a la sociedad biopolítica foucaltiana, propio del neoliberalismo (que se corresponde con la nueva fase del capitalismo a partir de los años 60 y 70 del siglo XX, normalmente llamado «capitalismo posindustrial» frente al capitalismo industrial del XIX y la primera mitad del XX). Han explica: «A causa de su negatividad, el poder disciplinario no puede describir el régimen neoliberal, que brilla en su positividad. La técnica del poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. (…) De ahí que se presuma libre». (11)
La idea central es que cuando deja de ser restrictivo y empieza a ser «promocional», sugestivo o seductor, el control deja de ser percibido como tal control y la estructura de dominación pasa desapercibida. Dicho en otras palabras: el sujeto de la sociedad neoliberal se siente libre y rodeado de opciones disponibles, y precisamente por eso falla en darse cuenta de que el propio sistema que le coloca en tal situación está al mismo tiempo ejerciendo una dominación sobre él en tanto que trabajador-consumidor. Está inserto en un entramado de producción y consumo cuyas condiciones dependen de élites empresariales globales más allá de cualquier alcance para él, pero sin embargo no se siente sometido por ellas como se podía sentir sometido el vasallo medieval a su señor feudal más directo o en última instancia al rey. En cambio, el hombre actual –según Han– se percibe a sí mismo como un proyecto abierto y relativamente libre de imposiciones externas. El poder se hace invisible al dejar de ser represivo y convertirse en seductor. Se oculta al pasar del control negativo o coercitivo al control positivo o sugestivo y al generar una «amplitud» suficiente como para que el individuo no se sienta inhibido, reprimido o presionado y se sienta, en cambio, libre. «Hoy creemos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa. Este tránsito del sujeto al proyecto va acompañado de la sensación de libertad. (…) El yo como proyecto, que cree haberse liberado de las coacciones externas y de las coerciones ajenas, se somete a coacciones internas y a coerciones propias en forma de una coacción al rendimiento y la optimización», (12) dice Han. Así es como el «régimen neoliberal», en sus palabras, explota la libertad –o la sensación de libertad– de los individuos.
En este punto, a mi juicio, podrían plantearse dos preguntas críticas principales. Primero, ¿por qué tal libertad no es todo lo efectiva o todo lo real que le parece al sujeto? Porque a pesar de sentirse libre de condiciones, en verdad está condicionado, y a pesar de no sentirse sometido a nadie, al estilo del sometimiento feudal, claro y directo (pero también al estilo del sometimiento del proletario ante el capitalista en la sociedad industrial, igualmente claro), en verdad sigue estando sometido al flujo del sistema mismo, a decisiones políticas y económicas globales en las que su capacidad de influir es, en la práctica, nula.
Y en segundo lugar, ¿en qué consiste realmente el mencionado «control positivo» o «coacción positiva» o «poder seductor» y cómo funciona? Dicho de otro modo, ¿en qué sentido puede decirse que el individuo, a pesar de sentirse libre de condiciones, en verdad está condicionado? Aquí es donde entra en juego la otra «explotación» de la que habla Byung-Chul Han: la explotación de las emociones. Y es también en este punto en el que puede trazarse la relación más evidente con las teorías –tanto clásicas como modernas– de la propaganda y, en la actualidad, el marketing, que a su vez deben una buena parte de sus avances al desarrollo de la psicología conductista americana, principalmente por parte de John Watson y luego Quentin Skinner, y que corren paralelas en el tiempo a la investigación sobre control mental y «lavado de cerebro» por parte de agencias gubernamentales (por ejemplo la CIA con su famoso proyecto MK Ultra), así como los diversos programas militares de investigación sobre propaganda y guerra psicológica, como mencioné al principio. (13) Pero, como decía antes, Byung-Chul Han no establece esta conexión e incluso la impugna hasta cierto punto al referirse al libro de Naomi Klein, La doctrina del shock, que teoriza sobre el aprovechamiento capitalista de los «desastres» y los momentos de crisis o convulsión social y política, con menciones también a los experimentos de la CIA sobre lavado de cerebro, en particular el proyecto Bluebird a principios de los años 50. (14) Han responde que el control basado en el concepto de shock, de carácter violento y negativo, no es el propio de la psicopolítica: «La terapia del shock es una técnica genuinamente disciplinaria. Solo en la sociedad disciplinaria se producen intervenciones psiquiátricas violentas de este tipo. (…) La psicopolítica neoliberal está dominada por la positividad. En lugar de operar con amenazas, opera con estímulos positivos. No emplea la "medicina amarga", sino el me gusta». (15) La matización de Han me parece acertada. No obstante, lo que yo propongo es sencillamente trazar la línea que Han no traza entre el concepto de psicopolítica y de «poder amable» (o, en mis términos, «coacción positiva») y el concepto de control mental. Cuando él se refiere a la «explotación de las emociones» y la «estimulación positiva» del sistema neoliberal, a lo que realmente está apuntando es a técnicas de propaganda y de marketing cuyas particularidades, al margen de su breve consideración acerca de que pueden «iluminar y explotar la psique hasta el inconsciente», deja fuera de su análisis; y es precisamente en esas técnicas de control o manipulación mental –sean en el ámbito militar, político o mercadotécnico– donde creo que se halla la parte potencialmente más fructífera de cara al estudio, más allá del diagnóstico general y consecuentemente abstracto que Han ofrece.
Hablando de la estimulación y la explotación de las emociones, Han dice:
El capitalismo de consumo introduce emociones para estimular la compra y generar necesidades. El emotional design modela emociones, configura modelos emocionales para maximizar el consumo. En última instancia, hoy no consumimos cosas, sino emociones. Las cosas no se pueden consumir infinitamente, las emociones, en cambio, sí. Las emociones se despliegan más allá del valor de uso. Así se abre un nuevo campo de consumo con carácter infinito. (16)
Es bien conocido el hecho de que la publicidad juega con la estimulación emocional, tratando de aprovechar a su favor las disposiciones psicológicas subconscientes, especialmente las más instintivas y profundas a través, por ejemplo, de establecer conexiones con el deseo sexual, o del uso de olores, colores y formas instintivamente sugerentes, etc. (17) ¿Pero no es esto acaso reducible a la noción de control o manipulación mental? ¿No hay una misma base teórica que subyace al uso de la propaganda de guerra para infundir miedo en la población civil enemiga, a las técnicas de los publicistas para vender una nueva gama de yogures de soja y a la actividad de los asesores que acompañan a los candidatos políticos en tiempo de elecciones para indicarles qué tienen que decir y cómo tienen que decirlo para causar la mejor impresión posible y ganar votos? Más aún, ¿no ocurrirá que incluso los programas políticos de los partidos mayoritarios están diseñados hasta cierto punto siguiendo estas mismas indicaciones y directrices –es decir, adaptándose a la opinión pública, a lo que está «bien visto» en cada momento–, en un ejercicio de «marketización» de la política?
3. Relación con los medios de comunicación digitales, la vigilancia y el Big Data
Por último, Byung-Chul Han aplica su concepto de psicopolítica sobre todo a los nuevos medios de comunicación, esencialmente las redes sociales e internet en general, que compara con el panóptico ideado por Jeremy Bentham en el siglo XVIII y con el Big Brother imaginado por George Orwell en su novela 1984. De nuevo, Han apunta a la cualidad amable y positiva del control psicopolítico frente a la vigilancia represiva de la distopía orwelliana, sin dejar por ello de establecer una analogía entre ambos:
El Estado vigilante de Orwell, con sus telepantallas y cámaras de tortura, se distingue sustancialmente del panóptico digital, con internet, el smartphone y las Google Glass, en las que domina la apariencia de la libertad y la comunicación ilimitadas. Aquí no se tortura, sino que se tuitea o postea. Aquí no hay ningún misterioso "Ministerio de la Verdad". La transparencia y la información sustituyen a la verdad. La nueva concepción de poder no consiste en el control del pasado, sino en el control psicopolítico del futuro. (18)
Actualmente es bien sabido que Google, Facebook y otras grandes compañías digitales pueden obtener, basándose en la información recopilada sobre nosotros (tanto la cedida voluntariamente por nosotros al usar sus servicios y plataformas como la inferida a partir de nuestros patrones de búsquedas, de compras online, de posts y likes en redes sociales, etc., todo tipo de datos sobre nosotros con una altísima probabilidad de acierto, incluyendo cosas tan dispares como qué tipo de comida nos gusta o qué enfermedades crónicas o trastornos psicológicos tenemos, pero también cómo reaccionamos emocionalmente ante diversos estímulos, etc. hasta el punto de poder crear un perfil psicológico extremadamente detallado. (19) Toda esta información se utilizaba principalmente para llevar a cabo la llamada «publicidad dirigida» en la que nos presentan productos que «podrían interesarnos» basados en lo que los algoritmos del sistema en cuestión han inferido que podríamos querer comprar en base a nuestros hábitos online, pero también puede ser empleada para incluirnos en estadísticas de otro tipo, por ejemplo orientadas al ya mencionado marketing político, como se reveló tras el escándalo de Cambridge Analytica. (20) Al parecer lo más novedoso es la combinación de estas «inferred demographics» (estadísticas demográficas inferidas de nuestros hábitos en internet) con la tecnología del reconocimiento de voz de dispositivos como Amazon Echo o el asistente de voz de Google de forma que el sistema escucha y analiza las conversaciones ambientales y trata de reconocer algún patrón para ofrecer luego anuncios relacionados. (21) Esta capacidad de anticipación y predicción, así como de clasificación y «parcelación» estadística, aplicada de forma a la vez masiva y subrepticia, tiene un tremendo potencial psicopolítico (en términos de Han). Las aplicaciones políticas de esta tecnología llevan ya años desarrollándose y empleándose:
En las elecciones estadounidenses, el big data y el data mining se muestran como el huevo de Colón. Los candidatos adquieren una visión de 360 grados sobre los electores. (…) Se introduce el microtargeting para dirigirse con precisión a los electores con mensajes personalizados y para influenciarlos. El microtargeting como praxis de la microfísica del poder es una psicopolítica movida por datos. Asimismo, algoritmos inteligentes permiten hacer pronósticos sobre el comportamiento de los electores y optimizar la alocución. Las alocuciones individualizadas apenas se distinguen de los anuncios personalizados. Cada vez se asemejan más votar y comprar, el Estado y el mercado, el ciudadano y el consumidor. (22)
Conclusión
El sistema democrático-liberal actual (democrático en lo político, neoliberal en lo económico), y especialmente a partir de la «revolución digital» de las últimas tres décadas, se comporta cada vez más no solo como una «dictadura de la mayoría» (como ya señalaron analistas clásicos) sino como una «dictadura de la emoción»: (23) componiendo estas dos ideas se podría decir que el sistema democrático actual es una dictadura de las emociones de la mayoría. Basta que cambie la «moda» o la opinión pública mayoritaria –y no solo eso, sino que además hay medios para provocarlo deliberadamente– y, dado que los partidos políticos funcionan también cada vez más con una metodología mercadotécnica, la política entera del país –o del continente, o incluso del mundo según el caso– cambiará en dicha dirección. En lugar de argumentos y posturas racionales imperan la emoción, las simpatías y los afectos prerracionales, que precisamente por su propia condición pueden ser a su vez manipulados de forma sorprendentemente fácil si se tienen en cuenta las investigaciones del siglo XX –y actuales– dentro de las «ciencias de la conducta», tanto en el ámbito civil como en el militar.
Un caso que me parece que ilustra extraordinariamente esta «marketización» de la política y cómo los meros cambios de sensibilidad en la sociedad y la opinión pública transforman el panorama ideológico-político de un país de forma subrepticia, sin apenas debate racional de por medio y más bien por motivos puramente emocionales, es el de la aceptación de la homosexualidad en España, especialmente por parte de los sectores conservadores de la población y, como consecuencia de ello, por la derecha política. A partir de la Transición de finales de los años 70 y especialmente a lo largo de los 80, España vivió una suerte de «explosión cultural» de carácter marcadamente progresista (o «de izquierdas», grosso modo) que, quizás por un mecanismo análogo al de la represión y la catarsis en términos psicoanalíticos, se «liberó» tras la larga dictadura franquista y conformó un poderoso frente de oposición a los valores tradicionales no solo en lo político sino, como digo, especialmente en lo cultural. A partir de entonces y durante las siguientes décadas, la tolerancia hacia la homosexualidad, que había sido reprimida durante el franquismo, se extendió y popularizó cada vez más. Pero mientras que los partidos de izquierdas y la «izquierda sociológica» en general mantuvieron su postura inicial, que era precisamente la de la aceptación (por ejemplo estando a favor del llamado «matrimonio gay», etc.), la derecha social y política fue variando su postura gradualmente, de una forma que podríamos llamar «inconsciente», desde una oposición más o menos total –ligada a argumentos religiosos, por su relación con la Iglesia Católica– hasta una tolerancia efectiva con solo algunas objeciones en forma de matiz o detalle: por ejemplo, que la unión de personas del mismo sexo no pueda llamarse «matrimonio» o, como ultima ratio, que se llame matrimonio pero al menos no puedan casarse por la Iglesia. Esto se debe a un cambio puramente emocional, o tal vez cognitivo, cuya explicación me parece que se halla en la creciente aceptación social que se origina a su vez en la más frecuente aparición de homosexuales –especialmente varones– en los medios, como en las series y programas televisivos (por ejemplo en el llamado «periodismo del corazón»), así como su representación bajo lo que podría llamarse una cierta luz favorable bajo el pretexto de la tolerancia y la inclusión social. Todo esto, unido a la también progresiva secularización y pérdida de influencia social de la Iglesia, puede explicar la aparente paradoja de que el presidente de un partido que durante años se opuso fuertemente a la legalización del «matrimonio gay» asistiese a la boda (gay) de uno de los vicesecretarios del partido, y al ser preguntado por la aparente contradicción interna respecto a la postura del partido a lo largo de los años, la respuesta más escuchada por parte de sus portavoces fuese que «se trata de un debate del pasado sobre el cual en el partido, al igual que en la sociedad, ha habido una evolución, y ahora mismo ni se plantea». (24)
Al margen de toda consideración acerca de lo afortunado o desafortunado de esta evolución, lo cierto es que se fue produciendo de forma totalmente «espontánea», es decir, sin seguir criterios racionales ni a consecuencia de un debate y una reformulación explícita y razonada de los principios en juego (por ejemplo, los principios para estar a favor o en contra del «matrimonio homosexual») sino por una adaptación automática, esto es, irreflexiva, al decurso de la opinión pública sobre el tema en cuestión. Creo que en este caso sería muy arriesgado hablar, no obstante, de una transformación de la opinión pública dirigida deliberadamente desde un único poder nacional o transnacional, y que más bien se trata de un cambio más espontáneo, sin una instancia directora orquestándolo desde la sombra (lo que nos adentraría en el terreno de la teoría de la conspiración), pero sí con varios actores a favor y en contra, con la particularidad de que en este caso los «actores a favor» tenían de su lado más factores favorables y supieron gestionarlos más eficientemente. En cualquier caso los mecanismos psicosociológicos que actuaron y actúan en el proceso, como la «normalización» de la homosexualidad a través de su representación –tanto cuantitativa como cualitativamente– en los medios, forman parte del arsenal básico de la propaganda política, y sería ingenuo suponer que no fueron utilizados conscientemente por al menos algunos de dichos «actores a favor». Asimismo, el proceso cumple con la condición de ser positivo y no negativo en los términos de Byung-Chul Han: no se trata tanto de una coerción o un control basado en el miedo o el castigo cuanto de una promoción positiva, incluso una explosión de positividad, y un control (pues no deja de ser control, en la medida en que el nuevo paradigma pasa a instalarse como lo «políticamente correcto» de forma indiscutida) basado en la promoción de la libertad personal y el «pursuit of happiness» del liberalismo norteamericano clásico.
Por último, frente a la definición que presenta Byung-Chul Han de la psicopolítica como «la técnica de dominación que estabiliza y reproduce el sistema dominante por medio de una programación y control psicológicos», ciñendo así el concepto a una sola instancia dominadora (en su caso, el propio «sistema neoliberal» tomado como una entidad unitaria con intereses unívocos), creo que sería más fértil abrir el campo de aplicación del concepto a cualquier agente de dominación, sea cual sea, que ejerza su control «por medio de una programación y control psicológicos», (25) sin dejar de tener en cuenta las aportaciones de Han expuestas en los puntos anteriores, como su especial relación actual con los medios de comunicación digitales o su cualidad amable o positiva que supera el control disciplinario o negativo de las sociedades modernas, oponiendo psicopolítica a biopolítica. Solo así se podría trascender la rigidez del discurso de Han, que restringe el concepto a esa entidad suprasensible que es el neoliberalismo tomado como un todo unitario (en un sentido similar a como se suele hablar del proletariado, el pueblo, el patriarcado o el capitalismo como entidades unitarias con intereses unívocos), y hacerlo aplicable a un análisis que podría llamarse «funcionalista» –y no historicista– de la sociedad que dé cuenta de la complejidad y la multiplicidad de actores concretos en su lucha constante por el control sobre la población.
Así entendida, por ejemplo, la noción de psicopolítica podría aplicarse, junto con la ya mencionada «marketización» de la política, al análisis de las campañas electorales en las que (al menos en Occidente) pesan cada vez más las redes sociales y el uso que los candidatos y partidos hagan de ellas durante la campaña. Las redes sociales, como medio de comunicación, tienen una particularidad esencial frente a los medios tradicionales como la prensa, la radio o la televisión, y es que permiten una interacción directa, sin filtros y perfectamente accesible (basta tener acceso a internet) a todo el mundo que quiera participar, de modo que cualquier usuario puede ejercer como «periodista de opinión» en mayor o menor medida, cosa que antes solo sucedía si uno mandaba una carta a un periódico y éste la aceptaba para publicarla, o si era invitado a hablar en un programa de radio o televisión. Ahora la capacidad de dar la propia opinión de forma pública, incluso en interacción directa con las propias figuras públicas sobre las que se esté opinando (por ejemplo, comentando en el perfil de un artista o político en Facebook o Twitter), se ha masificado. Esto permite que cualquiera pueda ser crítico, de manera pública, con cualquier –o casi cualquier– cosa, pero hace a su vez que esa posible crítica esté perdida en un gigantesco océano virtual, entre otros millones de comentarios, posts o tuits similares, a favor o en contra, sobre el mismo tema. Así pues, para destacar sobre el resto de la masa de opiniones, la opinión propia, vertida en forma de comentario o tuit, tiene que convertirse en «viral»: tiene que ser compartida más veces o gustar a más gente. Entonces, el punto crítico de la cuestión es que, por la constitución misma de las redes como Facebook o Twitter, que favorecen (o incluso fuerzan, como en el caso de Twitter) la brevedad y la expresión en forma de «punch line» o eslogan en detrimento de la discusión estructurada, razonada y rigurosa, la forma de destacar no es ofreciendo la reflexión más profunda y mejor argumentada, sino ofreciendo el eslogan más impactante o la «punch line» más ingeniosa. Y esto contribuye, sin duda, a que el debate político se traslade más aún del ámbito racional –regido por normas dialécticas e, idealmente, con una cierta actitud «filosófica» o de «búsqueda de la verdad»– al ámbito emocional, donde abundan las intuiciones espontáneas o prerracionales, las «filias y fobias» y los tabúes.
No es que esta «emocionalización» del discurso político sea nueva, ni mucho menos, pero sin duda tras la revolución digital es más masiva, y por tanto su explotación resulta tanto más eficiente desde el punto de vista de la mercadotecnia electoral. Así, por ejemplo, campañas enteras pueden orquestarse en torno a dos o tres consignas clave sobre los candidatos o los partidos, eclipsando todo debate racional ulterior acerca de sus programas políticos o la viabilidad o no de sus propuestas concretas: consignas formuladas, por cierto, en términos emocionales, que buscan activar «resortes» psíquicos subconscientes y respuestas de simpatía o antipatía irreflexivas, básicas, igual que la propaganda bélica y la publicidad. Los ejemplos de esta «emocionalización» de la política y de la articulación del combate electoral en torno a consignas impactantes en lugar de argumentos convincentes son ubicuos.
A su vez, estas técnicas no son exclusivas ni originarias de la era digital (de ahí mi intento de mostrar su relación con la propaganda clásica), pero, enlazando con la tesis de Han, el contexto actual favorece aún más estas formas de control y manipulación en la medida en que se genera una estructura de comunicación e interacción pública (en el sentido de Habermas) en la que el «me gusta» y el trending topic sustituyen al debate filosófico riguroso. Así, desde el punto de vista del usuario, la positividad ilimitada de poder intervenir en todo debate en todo momento, pero a la vez tener que hacerlo en un post rápidamente sucedido por otros o en menos de 140 caracteres, conduce a la superficialidad intelectual y la esterilidad filosófica, y desde el punto de vista de los agentes interesados (sean empresas, partidos políticos o agencias gubernamentales, por ejemplo servicios de inteligencia) sencillamente se trata de un nuevo terreno en el que promover sus intereses a través de técnicas que probablemente se podrían encontrar –aunque con diferentes nombres– en los manuales de guerra psicológica de cualquier ejército, los manuales de marketing de los publicistas y los manuales contemporáneos de estrategia política. En este sentido es en el que, a pesar de las profundas diferencias, puede establecerse un vínculo entre la noción de psicopolítica de Byung-Chul Han como «la técnica de dominación que estabiliza y reproduce el sistema dominante por medio de una programación y control psicológicos» y la primera aparición del término «psicopolítica» como «el arte y la ciencia de obtener y mantener el control sobre los pensamientos y afinidades de los individuos, funcionarios, organismos gubernamentales y masas». Y ese vínculo es la centralidad, en ambos casos –aunque, de nuevo, salvando todas las distancias–, de la noción de control mental.
Notas
(1) Byung-Chul Han, Psicopolítica, Herder, 2014.
(2) Brainwashing: A Synthesis of the Russian Textbook on Psychopolitics, autoría disputada, 1955. Fragmento traducido por mí, subrayado en el original.
(3) El documental titulado Psywar, de Metanoia Films, narra esta evolución.
(4) Op. cit., pág. 117.
(5) Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica, Fondo de Cultura Económica, 2007.
(6) Michel Foucault, Las redes del poder, Almagesto, 1993.
(7) Op. cit., pág. 38. Subrayado en el original.
(8) Ibíd.
(9) No estoy tomando el concepto de coacción en el sentido jurídico, donde posiblemente no pueda decirse que estimular a alguien para hacer algo (sin utilizar engaños ni amenazas) sea una forma de coacción. Sin embargo creo interesante abrir este nuevo sentido para articular un debate más amplio sobre los límites de la libertad humana y hasta qué punto una estimulación positiva puede ser o no considerada como una forma de manipulación o «usurpación» de la voluntad del otro: tal debate se encuentra siempre en el horizonte de este análisis, así como del de Byung-Chul Han, aunque no llegue a explicitarlo en el libro.
(10) En realidad Foucault ya se da cuenta de esta insuficiencia de la noción de poder como mera instancia negativa o «represiva», y de su cualidad positiva de modo que también «produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos», pero Han parece pasarlo por alto. Véase M. Foucault, «Saber y poder», en J. A. Nicolás & M. J. Frápolli, Teorías de la verdad en el siglo XX, Tecnos, 1997, pág. 182.
(11) Op. cit., pág. 28.
(12) Op. cit., pág. 11.
(13) Para ver mejor la interrelación de todos estos temas remito de nuevo a un documental de Metanoia Films titulado Human Resources.
(14) Naomi Klein, La doctrina del shock, Planeta, 2012.
(15) Op. cit., pp. 56-57.
(16) Op. cit., pág. 72.
(17) Para un estudio sobre la aplicación de la psicología evolucionista al marketing véase Gad Saad, The Consuming Instinct, Prometheus Books, 2011, o, desde la perspectiva del neuromárketing, Martin Lindstrom, Buyology, Booket, 2012.
(18) Op. cit., pág. 61. El subrayado de la última frase es mío.
(19) Para un análisis en profundidad de todo ello véase el extenso libro de Shoshana Zuboff titulado La era del capitalismo de la vigilancia, Paidós, 2020, o la entrevista-documental del canal neerlandés VPRO titulada «Shoshana Zuboff on surveillance capitalism | VPRO Documentary» en YouTube.
(20) Para la historia del escándalo de Facebook y Cambridge Analytica durante las elecciones estadounidenses de 2016 puede verse el documental The Great Hack (2019).
(21) Hay varias fuentes relatándolo e incluso experimentos caseros que pueden encontrarse por internet, pero baste aquí con esta.
(22) Op. cit., pág. 95.
(23) Op. cit., pág. 72.
(24) Me refiero al Partido Popular y la asistencia de su entonces presidente, Mariano Rajoy, a la boda de su vicesecretario Javier Maroto. Las declaraciones citadas son del entonces ministro de Sanidad, Alfonso Alonso.
(25) Op. cit., pág. 117.