Sobre la individualidad
2020, 1000 palabras
Hace poco una amiga mía me preguntó si, en caso de poder escoger, elegiría antes tener gloria en vida y ser olvidado al morir o ser olvidado en vida a cambio de tener gloria póstuma. Lo pensé un poco, pero no tuve que pensarlo mucho: definitivamente prefiero lo segundo. La experiencia me dice que los que han seguido ese camino han sido por lo general grandes Maestros, o al menos maestros de Maestros, mientras que quien tiene gloria en vida pero es olvidado al morir no tiene más que una cierta satisfacción pasajera. Es más o menos como comparar hacerse una paja con tener un hijo.
Y, sin embargo, mi amiga me dijo que prefería eso: la gloria en vida y el olvido póstumo. Y se me antoja que esa será también la respuesta mayoritaria (tal vez por un margen importante) del resto de mi generación y las generaciones más jóvenes, al menos en Occidente. ¿Pero por qué? Eso va totalmente en contra de la sabiduría tradicional acumulada durante milenios. Parece que en 50 o 60 años se hubiese dado todo la vuelta.
Y esto no se aplica solo a la gloria o la fama: antes el consenso general era que uno no vivía por y para sí mismo, como un individuo aislado, «arrojado al mundo», que tiene que sacarle el máximo provecho a su vida mientras pueda; al contrario, uno vivía por y para otros, ya fueran sus ancestros, sus descendientes, sus contemporáneos (compatriotas, congéneres) o, en suma, una mezcla de las tres cosas.
Retrato de Max Stirner
Antes la gente pensaba y sentía el mundo más a largo plazo, porque se veían como parte de una cadena vital que no acababa ni empezaba en ellos mismos, sino que se extendía hasta perderse de vista tanto en el pasado como en el futuro, y de la cual ellos eran tan solo un eslabón más, con una tarea bien definida: que la cadena no se rompiese.
«¿Pero dónde quedan ahí la individualidad y el genio personal y el poder de autodefinir tu propio destino?», preguntarán algunos. Pero lo cierto es que las dos cosas no están tan reñidas como parece. Gengis Kan fue un individuo creador, que definió su propio destino y expresó (o más bien imprimió) su genio en el mundo, pero al mismo tiempo lo hizo con la conciencia –y con la motivación, sin duda– de ser parte de una cadena vital que iba del pasado al futuro pasando por él, pero sin agotarse en él. Gengis Kan hizo lo que hizo por la gloria de sus ancestros y la gloria de sus descendientes, y por el camino la gloria de toda su etnia, de toda su raza, de todo su pueblo. Gengis Kan no conquistó Eurasia por el pursuit of happiness ilustrado, sino por la expansión de su estirpe, en el sentido más amplio del término.
Y esa estirpe es la cadena vital de la que hablo: no puede haber otra. Da igual que la extiendas solo a tu familia directa, o a tu familia ampliada, o a tu tribu, o tu ciudad, o tu nación, o tu etnia, o tu raza, o a la humanidad entera, o más allá de la humanidad, hasta llegar a los helechos y los reptiles más atávicos. Da igual dónde pongas el límite de tu círculo moral: lo importante es que te des cuenta de que si hay moral es porque existe esa cadena vital entre aquellos que desearías proteger y tú.
Sin ello, la moral se reduce a un conjunto de fórmulas abstractas y vacías de contenido. Tú no luchas por tu familia por una suerte de ideal abstracto del bien o la justicia, sino porque es tu familia. Pero, a su vez, esta profunda dirección ética solo puede darse cuando la visión es amplia y a largo plazo, y tiene en cuenta tanto lo pasado que ya no existe como lo futuro aún por existir. Quítale una de esas dos patas y se quedará coja: quítale las dos y se quedará totalmente inválida. Hace falta tener en consideración el pasado para querer cuidar el futuro, y hace falta tener en consideración el futuro para realmente amar el pasado.
Hoy nos creemos demasiado autosuficientes. No hay más que ver el desprecio que buena parte de la gente tiene por todo lo anterior. Resulta que nuestros ancestros no tenían ni idea de cómo funcionan realmente las cosas: nuestros bisabuelos no tenían ni idea de mecánica cuántica y pensaban que el matrimonio debía ser para toda la vida. Pobres ilusos. La sociología moderna ha hecho virguerías desde entonces, y ahora el matrimonio es una institución heteropatriarcal que oprime de forma especialmente severa a las mujeres racializadas y neurodivergentes.
Nuestros bisabuelos no tenían ni idea de todo esto: pobrecillos. También pensaban que los resfriados podían curarse con infusiones y plantas en lugar de poliédricas pastillas de colores: ¡qué engañados estaban! Pero lo peor es que eran unos reaccionarios supersticiosos: ¿te puedes creer que hasta hace poco veían con malos ojos la homosexualidad? Durante siglos, de hecho. Ahora, gracias a la ciencia, sabemos que una relación sodomítica entre dos varones, sin posibilidad alguna de procrear, es tan natural y normal y sana como una relación heterosexual, pero antes no lo sabían. Estaban demasiado centrados en eso de la reproducción. ¿Pero de qué sirve reproducirse si lo que importa, como demuestra la ciencia, es tener una mentalidad positiva y encontrar lo que a ti te hace feliz?
En realidad, que les den por culo a mis abuelos, mis bisabuelos, mis ancestros, mis compatriotas y mis futuros (o potenciales) descendientes: lo que me apetece ahora es pegarme un buen atracón de porno, o tal vez quedar con esa gorda del Tinder para vaciar bien los huevos, aunque luego la eliminaré del móvil, porque en el fondo no me gusta realmente. Pero si me dan a elegir entre la gorda del Tinder y tener que casarme con una mujer y estar toda la vida con ella, prefiero a la gorda del Tinder.
Al final, pensándolo, no hay nada que haga que mereciese la pena lo contrario. Ningún Dios me está mirando, porque Dios está muerto, y mis hijos no podrán juzgarme, porque no creo que tenga hijos. Y mis bisabuelos y ancestros, si pudieran verme, seguro que estarían contentos de que yo sea feliz a mi manera. Al fin y al cabo, ¿qué les va en ello? Es mi vida.
¿O acaso no?