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Contra el individualismo moderno

2024, 900 palabras

En esta era que nos ha tocado vivir nos pensamos que los cuerpos están más separados de lo que realmente están. Exageramos la separación y la distinción entre nosotros por la ideología individualista que impera desde la Modernidad. Y esa ideología individualista tiene sus virtudes, sin duda: los hijos no heredan los delitos de los padres, los padres no tienen que pagar por los delitos de sus hijos, lo mío es mío y si no quiero no tengo por qué compartirlo con toda mi familia, como sigue pasando aún en el África subsahariana, etc. El capitalismo es inseparable de ese espíritu individualista moderno, y el capitalismo, a pesar de sus problemas, ha sido un gran invento.

Pero ese individualismo también resulta excesivo y pernicioso a veces. No deberíamos creernos tan en serio eso de que si yo me hago daño (por ejemplo, por adicciones nocivas o por meterme en problemas o por conductas que me enfermen o me perjudiquen) eso no le estará haciendo daño a nadie más que a mí. Lo cierto es que los efectos de esas conductas serán sufridos también por los cuerpos de mi entorno, no solo por el mío. Si yo enfermo, no solo sufro yo, sino también mis padres, mi mujer, mis hijos. Por eso el deber de cuidarse uno mismo y de cuidar a los seres queridos (y querentes) de uno van de la mano; no pueden desligarse. No puedo ser muy bueno con los demás pero luego ser autodestructivo, caótico y desquiciado conmigo mismo y esperar que eso no les afecte también a ellos.

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Ecualizador con deslizadores en modo manual.

Nadie debería pensar en serio eso de «qué más da lo que haga, es su vida», o eso de «mientras no haga daño a nadie más, que haga lo que quiera con su cuerpo». No. Lo que uno hace con su cuerpo afecta a los cuerpos cercanos. Por lo mismo, si eres feo y gordo y estás enfermo y deprimido, causarás fealdad y enfermedad y depresión a tu alrededor: es tu deber evitarlo en la medida de lo posible, y no es un deber hacia ti mismo exclusivamente, sino también hacia los demás. Lo de «mi cuerpo, mi decisión» es un exceso individualista. El otro extremo tampoco parece idóneo, por supuesto: la completa fusión comunitaria del cuerpo con la tribu, propia de primitivos y salvajes, también tiene sus problemas, y no seré yo quien los niegue.  Pero hay un término medio óptimo entre estos dos extremos, y nosotros, a día de hoy, en Occidente, estamos demasiado escorados todavía hacia el extremo individualista (aunque quizás no por mucho más tiempo).

Pero, como decía, lo que uno hace con su cuerpo afecta también a los cuerpos cercanos: no hay tanta distancia, no hay tanta separación, no hay tanta descorrelación. Esto es como los ecualizadores de volumen que tienen algunos reproductores de música: nos pensamos que estamos en el modo manual, en el que puedes subir o bajar por separado cada uno de los deslizadores que corresponden a un rango de frecuencias sin afectar al resto, pero en realidad estamos en el modo «si subes un deslizador, los que tiene al lado suben también, aunque algo menos». Es decir: la correlación no es perfecta, pero tampoco es, ni mucho menos, nula.

Yo no puedo amputarme un brazo y esperar que eso tenga cero repercusiones negativas sobre mi entorno. Los cuerpos de las personas que me quieren y se preocupan por mí sufrirán también una cierta cantidad de dolor y estarán sometidos a una cierta cantidad de estrés si yo me corto el brazo, aunque ellos no hayan sufrido ni un rasguño en el suyo. Esto es lo fascinante: que cortarme el brazo no solo me hace daño a mí, como nos pensamos debido a la ideología moderna-individualista en la que nos educamos desde pequeños, sino que también le hace daño a los seres que están emocionalmente (positivamente) conectados conmigo. La empatía o simpatía nos conecta de modo que la distancia, aparentemente radical desde el paradigma moderno, que hay entre un cuerpo y otro, se rompe. Gracias a la simpatía los cuerpos se sincronizan, se correlacionan, y existe la posibilidad de algo así como la acción a distancia: afectar a A tocando no a A, sino a B; otra cosa que la Modernidad aborrece y desconoce, anclada como está en el cartesianismo más puro y descarnado. Y entonces, en cierto sentido, amputarme yo un brazo es aproximadamente semejante a amputarle a mis seres queridos tal vez no un brazo (porque la correlación no es perfecta) pero sí un dedo, o una falange. Eso es algo que hemos olvidado por culpa del individualismo. Y es algo que haríamos bien en recordar.

Nuestros cuerpos no son solo nuestros: nuestros cuerpos están entrelazados con los cuerpos de los demás en grados de correlación proporcionalmente decrecientes según la distancia emocional y vital (y también hormonal, olfativa: ¿reconoces su olor? Entonces estás ya conectado de alguna manera a ese cuerpo), que a su vez suele ir muy correlacionada con la distancia genética, por razones obvias. De modo que lo que tú haces con tu cuerpo afecta también a los cuerpos de los demás: primero y más intensamente a los de tu familia, luego a los de tus amigos y aliados cercanos, y por último, en menor medida, a los de tu nación, tu raza, tu especie, y, en el límite, la Biosfera en su conjunto.

Así que no somos individuos aislados: estamos más conectados de lo que nos solemos pensar.

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